La comunidad científica mundial ya entregó su veredicto en materia de cambio climático: el calentamiento global se debe a la actividad humana y tenemos tan sólo 11 años para detener el aumento anormal de la temperatura en 1,5 grados. Si eso no ocurre, después de 2030, la temperatura quedará fuera de control y tendrá lugar un “desastre social”, según palabras del propio Secretario General de las Naciones Unidas.
Los países serán los encargados de mitigar el cambio climático a través de sus políticas públicas, pero la adaptación será una tarea que tendremos que hacer fundamentalmente nosotros, los ciudadanos.
La semana pasada se conoció un estudio acerca de la alimentación y el estado de la Tierra. Este informe fue preparado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) para las Naciones Unidas. En su conclusión medular, el informe realizado por los más destacados científicos de 50 países, sostiene que la Tierra está perdiendo aceleradamente su capacidad para sostener a la humanidad y sugiere, entre otras medidas, que tenemos que cambiar nuestra dieta y reducir la ingesta de carne y productos lácteos.
Las cifras son asombrosas. Se necesitan 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne vacuna, 4.800 litros para un kilo de carne de cerdo y 3.900 litros para un kilo de carne de pollo. En Chile se consumieron en el año 2018, 79,2 kilos de carne promedio por cada habitante. De ese total, el 30 por ciento era carne bovina, el 21 por ciento de cerdo y el 43 por ciento, carne de pollo; el resto fue pavo (5 por ciento) y ovino (uno por ciento), según cifras de Asprocer.
La crisis climática nos obliga a cambiar nuestros hábitos. Al analizar nuestra huella ecológica, se desprende que la producción de comida constituye un tercio de los Gases de Efecto Invernadero. Es por esta razón que no es posible contener el calentamiento global sin cambiar drásticamente la forma en la que se producen y consumen los alimentos.
Los expertos de la ONU nos dicen que debemos partir por la reducción drástica de las carnes y lácteos, responsables de un alto consumo de agua, de terrenos de explotación extensiva -muchos de ellos surgen de la deforestación como está ocurriendo en la Amazonía- y del uso de agroquímicos que degradan y envenenan la tierra. Estos métodos de producción aceleran la crisis climática y a la vez, la crisis repercute sobre la producción de los alimentos.
Lo peor es que la degradación de los suelos por este mal uso los transforma en un almacén de gases. Allí ya no pueden volver a producirse alimentos a tal punto que la Tierra está perdiendo su capacidad para asegurar la permanencia de la humanidad sobre el Planeta.
Esto mismo se repite en muchos otros aspectos de nuestro consumo. La utilización de la energía barata es también un buen ejemplo de un consumo que el cambio climático limitará cuando lleguemos a la era de la escasez en unos pocos años más. El problema reside en que al ritmo actual las energías renovables no alcanzarán a sustituir a las energías fósiles como para poder mantener la sociedad de consumo tal como la conocemos. Las energías renovables nos servirán para sobrevivir al cambio climático pero no para mantener y expandir la sociedad de consumo actual.
Un ejemplo citado en la editorial de la revista 15/15/15 de junio del 2019 señala “La demanda eléctrica mundial ha seguido creciendo cada año a tal ritmo que un sólo año de aumento (de 2017 al 2018) equivale a consumir toda la electricidad producida por parques solares y eólicos en todo el mundo desde el principio de los tiempos hasta 2018”.
Estamos llegando a un punto tal que sin una revolución cultural y mundial no podremos mantener la zona de confort que nos brinda la sociedad de consumo. Sin esa revolución cultural, tampoco estaremos preparados para enfrentar el período de supervivencia necesario para avanzar hacia una nueva civilización que, en armonía con su medio ambiente, permita la permanencia de la especie humana en este planeta.