Optar por la Vía de la Simplicidad supone elegir una nueva forma de vida que nos permita afrontar el colapso energético y económico para sobrevivir y luego poder colaborar con el renacimiento de una nueva civilización, la civilización ecológica.
Sin embargo, no podemos olvidar que hoy en día vivimos inmersos en un mundo donde todavía abundan las mercancías y reina la sociedad de consumo; una realidad cuyo sentido común dificulta enormemente poder tomar en serio los peligros que se están presentando y las advertencias provenientes del mundo de los científicos en relación al cambio climático. Por lo tanto, tendremos que desarrollar una gran voluntad y fortaleza espiritual para perseverar, más o menos en solitario y por algunos años, en un camino incomprendido por gran parte de la población.
¿Qué pasaría con nuestro modo de vida actual si no hiciéramos nada por modificarlo y, peor aún, defendiéramos su permanencia? Pues bien, nos pasaría lo mismo que a una persona que vive con más gastos de los que puede cubrir con sus ingresos: en algún momento quiebra o colapsa por la acumulación de sus deudas.
El modo de vida que llevamos dentro de la sociedad de consumo alcanzó su límite biológico en la década de los ´80. La biocapacidad del planeta, es decir “La capacidad de un área biológicamente productiva de generar un abastecimiento regular de recursos renovables y de absorber los desechos resultantes del consumo”, ya ha sido sobrepasada ampliamente.
¿Cómo podemos demostrar que la biocapacidad fue excedida? Por medio del cálculo de la Hectárea Global (HAG) que es la suma de todas las hectáreas consideradas productivas en el planeta. Esta cifra se estima en unos 13.4 miles de millones de hectáreas globales. Si con la globalización nuestros recursos consumidos son producidos en una escala global y no local como era antes, podemos entonces calcular los recursos empleados para la producción de los bienes.
La división de las hectáreas productivas globales por el total de la población del planeta (alrededor de 7.300 millones de habitantes) da cuenta de la cantidad de hectáreas que cada uno de nosotros tiene para vivir sin afectar o reducir la capacidad de regeneración del planeta. Esa cifra es actualmente de 1,7 hectáreas por ser humano que habita en la Tierra.
El problema reside en que la cantidad de recursos que consumimos y la contaminación que producimos, en hectáreas y en emisiones de dióxido de carbono (CO2), ha sido largamente sobrepasado en los países con altos grados de ingreso y de bienestar. Si todos los habitantes del planeta quisieran vivir como el ciudadano medio de Chile necesitaríamos 2,6 planetas, si quisiéramos hacerlo como un ciudadano alemán necesitaríamos 3 planetas o si lo hiciéramos como un estadounidense, requeriríamos 5 planetas.
Esta situación da cuenta de que los ciudadanos que vivimos en condiciones altas de bienestar nos estamos apropiando de una proporción mayor de los recursos de la Tierra en comparación con lo que nos correspondería si la distribución se diera de forma justa. Hay que recordar, como lo menciona el informe Planeta Vivo 2016 del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que “Los países con ingresos más bajos del mundo tienen Huellas Ecológicas inferiores a la mitad de la biocapacidad per cápita disponible a nivel global puesto que muchos habitantes de esos países pobres deben hacer grandes esfuerzos para satisfacer sus necesidades básicas”. Podemos agregar que esta última situación se presenta también al interior de los países de bienestar medio o alto donde viven sectores de la población con serias dificultades para satisfacer sus necesidades esenciales.
Desde este punto de vista, quienes quieran mantener y defender el modo de vida consumista es un período de creciente escasez tendrán que asumir la cruda realidad de que están ocupando un espacio o biocapacidad mayor a la que le corresponde para vivir como lo hace la media del planeta. Ya esta situación fue prevista por el biólogo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904) que lo resumió en su concepto de “espacio vital”, definido como el espacio necesario para atender las necesidades de la población.
El espacio vital fue uno de fundamentos principales que utilizó Hitler para fundar el Tercer Reich y no habría pasado de ser una anécdota de un dictador loco si no hubiese contado con el apoyo entusiasta de la gran mayoría de los ciudadanos alemanes que se convencieron de que para mantener su raza, su cultura y el modo de vida en Alemania había que mantener un espacio vital mas allá de sus fronteras siendo necesario salir a conquistar otros territorios y poblaciones.
En relación a lo anterior, el caso de Donald Trump no es un caso aislado; es una tendencia que crece en el mundo y que se agravará a medida que se acerque la Era de la Escasez: estarán aquellos que por mantener su modo de vida en la sociedad de consumo endurecerán su posición y seguirán apropiándose de mayores recursos en detrimento del resto y sin importar las consecuencias que eso tenga para los seres humanos y el planeta.
Ante este contexto, otra forma de enfrentar el problema es optar por salirse de la lógica de la sociedad de consumo bajo la tuición de un Estado capitalista o socialista y adoptar un modo de vida que elimine progresivamente lo superfluo mientras recuperamos las habilidades para vivir de forma más simple en lo que hemos denominado como la Vía de la Simplicidad.
La libertad humana es uno de los dones más valiosos que tenemos y es posible que podamos prepararnos para gestionar individualmente y en beneficio de nuestra comunidad nuestras prioridades de consumo. Para eso, debemos dotarnos de un presupuesto para el buen vivir que contemple el conjunto de nuestras necesidades monetarias en función de indicadores como la Huella Ecológica y una cuota autoimpuesta de emisiones de CO2 que sea concordante con el esfuerzo común de cuidar la biodiversidad y salvar la permanencia de los seres humanos en la Tierra.