De Hiroshima a Fukushima: el nuevo armamentismo nuclear de Japón

de dzamorano
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Pareciera ser que pueblo japonés no aprendió la lección. Se cumplen 70 años desde que nuestra civilización industrial inauguró la era nuclear, cuando Estados Unidos hizo explotar una bomba atómica que mató en forma casi inmediata a más de 155.000 personas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, seguido de un número indeterminado de muertes como secuela de la radiación.

La era nuclear nació entonces portando un doble sentido para la humanidad. El que domina el poder nuclear puede utilizarlo como garrote y zanahoria, ya que se dota de la capacidad de aniquilar al adversario si desarrolla la bomba atómica pero también, como dicen sus defensores, puede crearle a su país una fuente inagotable de energía para su desarrollo.

En estos 70 años Japón se transformó en una potencia mundial y gracias a su doctrina militar defensiva y pacifista pudo desarrollar su poder nuclear para uso de energía eléctrica sin la desconfianza de la comunidad internacional. Sobrevenido el accidente nuclear de Chernóbil, que afectó a la Unión Soviética, Japón fue mostrado como el país ejemplo donde, gracias a su tecnología y normas de seguridad, la energía nuclear se utilizaba de una manera correcta, estando libres de accidentes tan graves.

Fue así como construyó un inmenso parque nuclear de 53 reactores a un ritmo promedio de uno cada año y medio. Este enorme poderío electronuclear no podría haberse construido sin un consenso muy amplio del pueblo japonés en torno al uso de la energía nuclear, entregando prácticamente un cheque en blanco a los Gobiernos de turno y a las autoridades responsables del desarrollo nuclear.

Fue así como llegó ese trágico 11 de marzo de 2011, donde un terremoto grado nueve y posterior tsunami provocó el mayor accidente nuclear de la historia, en la localidad costera de Fukushima. Este grave accidente, de una magnitud similar a Chernóbyl, provocó un apagón nuclear que aún permanece, deteniendo todas las centrales nucleares en el país.

Pero el desastre de Fukushima, además de sus enormes costos económicos(llevan gastado más de 75.0000 millones de dólares), sociales, con población que aún no puede retornar a sus casas y ambientales, con extensas zonas terrestres y marítimas contaminadas, produjo un efecto mayor: terminó con el consenso que la población tenía a favor de la energía nuclear. Una creciente ciudadanía no quiere que se reanuden las actividad de las centrales nucleares paralizadas y en su lugar buscan promover la energía solar y las renovables en general.

No lo entiende así la elite dominante japonesa, actualmente en el poder del gobierno, que no solo busca reactivar las centrales nucleares sino que está promoviendo el abandono de línea defensiva y pacifista, estableciendo la posibilidad de que las fuerzas armadas puedan operar fuera de sus fronteras, autorización que ya fue aprobada por la cámara baja nipona. Incluso el ministro de defensa japonés declaró hace algunos días que las fuerzas armadas podrían colaborar con el transporte de armas nucleares de sus países amigos.

La historia de un rearme atómico ya la conocemos. Después vienen las construcción de submarinos nucleares y el desarrollo y fabricación por separado de los componentes de las armas nucleares y sus vectores, de tal forma que ante una decisión del Estado, gracias a su poderío tecnológico e industrial y al uranio enriquecido acumulado en las centrales nucleares, en pocas semanas podrían fabricar varias armas nucleares.

Por eso comprendo la amargura de las declaraciones de los supervivientes de Hiroshima, que en ocasión a un nuevo aniversario del holocausto nuclear protestaban por el abandono del carácter pacifista de la constitución del Japón y del rearme militar en curso. Menos mal que una amplia mayoría del pueblo se opone al Gobierno en esta nueva aventura militar, pero está por verse si esta oposición es lo suficientemente fuerte como para evitar este peligroso giro.

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