Cuando la zona de confort nos abandona por causa del cambio climático

de dzamorano
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Es muy frecuente el uso del término “zona de confort” para describir el espacio de bienestar que construimos a lo largo de nuestras vidas y que nos permite satisfacer necesidades esenciales. Por ejemplo, la necesidad de cobijo es satisfecha con una casa, la alimentación con la comida, etc.

Como dice nuestro querido amigo Manfred Max Neef, las necesidades esenciales del ser humano son muy pocas, están delimitadas y son clasificables. Además, la mayoría de las necesidades son inmateriales como el afecto, la protección, la identidad o la libertad. Lo que cambia de una sociedad a la otra es cómo se satisfacen dichas necesidades. En la nuestra, en la sociedad de consumo, lo que predomina es la satisfacción en desmedro de la propia necesidad que se encuentran en un segundo plano.

La sociedad de consumo ejerce una dictadura sobre las necesidades humanas. Ella es la que señala el tipo de necesidad y cómo se satisface por medio de la compra de bienes materiales o “satisfactores” que la reemplazan en una rueda sin límites.

Esta zona de confort material no sería posible si no estuviera acompañado por un estado psicológico que la contiene y refuerza. Según los psicólogos, es una “zona mental donde no se tiene sentido de riesgo”, todo es conocido y se puede dominar como las rutinas, los hábitos, las costumbres y el comportamiento; es decir, todo se vuelve previsible. En relación a esto se explica la moda del coaching que invita a salir de la zona de confort para experimentar y aprender cosas nuevas al viajar, conocer personas o intentar nuevas formas de generar ingresos al aceptar mayores riegos, por ejemplo, en un emprendimiento.

Sin embargo, el cambio climático amenaza con terminar con la zona de confort pues afecta a todas las personas sin importar su nivel económico o el lugar donde viven. Entonces, amplios sectores de la población comienzan a evaluar seriamente el escenario en el que entraría la Tierra si no se detiene el aumento de la temperatura y la extinción de la biodiversidad, es decir, si sobreviene el colapso civilizatorio.

Lo que se está produciendo es lo que denominamos “ecoangustia”: un miedo crónico a la pérdida de la naturaleza y por lo tanto, a la pérdida de la zona de confort.

Este miedo crónico produce pánico que por ser el cambio climático un fenómeno desconocido,  lleva a la paralización de cualquier actitud con el argumento de que nuestro aporte es insignificante ante el tamaño del desafío. De esta forma, cada vez se vuelve más frecuente encontrar personas que deciden maximizar el logro de estados de felicidad inmediatos sin contemplar las hipótesis sobre el futuro.

En este mismo contexto, surge en algunos  seres humanos la esperanza de que la situación límite no llegará a afectarlos porque algún factor externo lo impedirá como la voluntad de un ser superior, la ciencia o alguna invención tecnológica de última hora. Se trata de un tipo de esperanza “pasiva” que deposita en un otro todas las posibilidades de salvación.

Sin embargo, existe también un sector de la población que acepta un diagnóstico extremo -como la ocurrencia del colapso civilizatorio- y que busca enfrentarlo practicando lo que denominamos la “esperanza activa”.

En primer lugar, son sectores de la población que diferencian la crisis de la especie humana de la crisis del planeta. Bajo esta perspectiva, no es el planeta el que está en estado terminal sino la civilización industrial en la que vivimos. El planeta y la naturaleza pueden recuperarse en unos cuantos miles de años, tiempo insignificante frente a los 4.500 millones de años que tiene la vida en la Tierra. Por su parte, la especie humana enfrentó en sus 20 mil años de desarrollo más de cien colapsos civilizatorios originados por distintas causas, la mayoría de ellas por la ocurrencia de elementos naturales y climáticos. Entonces, ¿Por qué no puede ser lo que estamos viviendo una situación corriente en la historia de la humanidad?

De esta forma, si es un colapso civilizatorio lo que efectivamente estamos viviendo, con cierta seguridad continuará la vida humana sobre la Tierra y una nueva civilización tendrá que emerger al aprender de los errores y de los fracasos de la actual.

Después de vivir el duelo necesario, esta actitud que enfrenta el problema del cambio climático con su real magnitud, nos permite desarrollar un tipo de práctica de la esperanza activa. Se trata de una práctica que busca contener al máximo la destrucción de la naturaleza al mismo tiempo que desarrolla nuevos estados mentales que fomentan su cuidado y nos preparan para el futuro. Estas mismas prácticas nos incitan a salir de la sociedad de consumo o a tener por lo menos la capacidad de entrar y de salir al aprender nuevas habilidades o conocer nuevas formas de vida.  Aquellos que tienen los medios, podrán mudarse a zonas donde dispongan de agua, energía y alimentos junto a las comunidades que aún conservan su cultura y sus formas ancestrales de vida.

No son tiempos fáciles. Tal vez la década que viene será una de las más importantes que nos toque vivir para la supervivencia de la humanidad. Una cosa tenemos en claro: nuestra voluntad es ser parte de la solución y no del problema.

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