De la ecoansiedad a la esperanza activa

de dzamorano
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Los dramáticos incendios forestales ocurridos en Australia ya no pueden ser pensados como una advertencia o una amenaza de lo que nos podrá suceder con el cambio climático. Al contrario, son parte de una realidad que nos toca vivir a diario.

Sobrellevar la crisis climática se convierte entonces en algo cotidiano y podemos decir que se trata de una nueva normalidad frente a la cual no nos queda otra alternativa que aceptarla y adaptarnos. Resulta lógico también pensar que esta adaptación genera en los seres humanos -y también en otras especies del mundo animal- un tipo de angustia que se conoce como “ecoansiedad”.

La ecoansiedad ha sido definida por la Asociación Estadounidense de Psicología como “Un miedo crónico a la destrucción ambiental”. Este miedo se expresa de muchas formas pero aparece principalmente como ansiedad frente al impacto que pueden tener los desastres originados por la crisis climática en las personas, sus familias y en sus seres cercanos.

¿Cómo podemos enfrentar la ecoansiedad?

En primer lugar debemos diferenciar el colapso del planeta del colapso de la civilización. Con la crisis climática, lo que está en juego no es la vida del planeta que seguirá existiendo una vez que el mismo haya establecido un nuevo equilibrio, con o sin presencia humana y ciertamente con menos biodiversidad. Lo que está en crisis es nuestra civilización industrial que basó su crecimiento en los combustibles fósiles que producen CO2, el principal gas de efecto invernadero, que genera un aumento en la temperatura global de la Tierra. El fin de una civilización por motivos ambientales es algo que ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia: tuvo lugar en más de cien ocasiones y siempre el ser humano logró recuperarse.

Una vez que consideramos esta cuestión, aparece un segundo aspecto: la necesidad de prepararnos para una adaptación profunda. Esta adaptación deberá estar centrada en cambios en los estilos de vida y en la inmigración a lugares menos vulnerables a la crisis climática. Las inmigraciones podrán ser temporales o permanentes y tendremos que retomar ciertas formas de vida centradas en el nomadismo y el minimalismo, como las sugeridas por el académico australiano Ted Trainer en la Vía de la Simplicidad.

En Pucón, este fin de semana realizamos el primer taller sobre ecoansiedad y esperanza activa con el objetivo de aprender más sobre esta adaptación profunda. Una conclusión clara que surgió en el taller es que la única manera de enfrentar el colapso es en comunidad y que es necesario luchar por políticas públicas que faciliten la adaptación. En nuestro país, un buen ejemplo es el problema de la escasez de agua donde la conjunción de un problema social y un problema ambiental obliga a encontrar una solución justa y democrática que considere los dos aspectos.

Debemos aprovechar los próximos 7 a 10 años antes de que la crisis climática quede fuera del alcance de los seres humanos y utilizar ese tiempo para prepararnos como personas y como sociedad. El primer gesto de esta preparación es decirle la verdad a la gente sobre lo que está por venir, de manera que la fase aguda de la crisis no nos sorprenda y todos sepamos a qué nos enfrentamos y qué podemos hacer.

Los científicos de la ONU han hecho sonar la alarma y han notificado que un aumento de la temperatura provocado por el hombre que supere los 1.5 grados transformará los ecosistemas de forma irreversible y los dejará en un estado incontrolable. Para tratar de estabilizar el clima, los científicos han fijado una fecha: el año 2030. En la actualidad llevamos casi 1.3 grados de aumento y todo señala que la meta de la ONU no se cumplirá. Ese umbral peligroso de temperatura podría alcanzarse en 2027. ¿En qué basamos esta predicción? En el hecho de que para alcanzar la meta fijada por la ONU es necesario disminuir las emisiones de CO2 en un 50% anualmente y hoy no existe voluntad política internacional que asuma semejante desafío. Lo difícil de esta situación es que además la elite económica y política que gobierna al mundo -y también a nuestro país- no nos dice la verdad.

La demanda para enfrentar con rapidez y con contundencia  la crisis climática está por ahora postergada y sin respuesta, lo que genera un ambiente de pánico que se expresa en miedo al futuro y que se alimenta por la realidad que viven numerosas poblaciones en todas partes. Esto favorece a la ecoansiedad y el único antídoto que hemos encontrado está en practicar la esperanza activa, es decir, la esperanza verde que combina activismo y espiritualidad con el objetivo de generar un fuerte compromiso con la salud de la Tierra para vivir en armonía con la naturaleza.

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