Una mirada desde una perspectiva antropocéntrica, donde la realidad se configura en torno al ser humano, seguramente nos indicaría que el evento del año 2018 fue la irrupción del movimiento feminista en la sociedad actual. A la visión ya clásica del feminismo de la igualdad, se le agregó la irrupción con mucha fuerza del feminismo de la diferencia; lo que hizo que este movimiento se transformara en un fenómeno global, interclasista y transversal a todas las edades. Con el cuestionamiento del sistema patriarcal que es una de las características de la cultura dominante, este movimiento está remeciendo con fuerza nuestra civilización y merece destacarse.

En simultáneo, desde una perspectiva ecocéntrica, donde la especie humana por muy importante que sea debe ser consideraba como parte del conjunto de las especies que conforman la vida sobre el planeta, nos atreveríamos a afirmar que este año estuvo marcado muy especialmente por el debate sobre el clima y más concretamente, por el calentamiento global.

La razón es fácil de comprender. El año 2018 fue el año en que los científicos del planeta -en su abrumadora mayoría y muchos de ellos agrupados en el IPCC, organismo oficial de la ONU- acordaron y entregaron un informe oficial (SR15) en el que realizaron un diagnóstico particularmente grave sobre el clima. La opinión de los expertos científicos es lapidaria. Advirtieron que es urgente introducir “cambios rápidos”, de “gran alcance” y “sin precedentes” para evitar que la situación quede irreversiblemente fuera de control. Se podría decir que, en relación al clima, la ciencia durante el año pasado dio su palabra y ésta se resume en la afirmación de que a la humanidad le quedan tan sólo 12 años para estabilizar la temperatura en 1.5 grados por sobre lo normal. Si esto no tiene lugar, la nave en la cual todos viajamos perderá irremediablemente su timón, quedará a la deriva y a merced de una tormenta que ya comenzó.

Esta toma de consciencia sobre la gravedad del tema, respaldada ahora por la opinión de los científicos, no deja salida a la elite económica y política que gobierna el mundo y esto nos ubica también como ciudadanos frente a una disyuntiva: si decidimos presionar a la elite para que tome las medidas drásticas y necesarias para los próximos doce años o si, frente a la inacción de los que gobiernan, decidimos reemplazarlos por otros que establezcan la urgencia climática como su prioridad (tal cual considera el movimiento “Rebelarse contra la extinción”).

Chile será sede a fines del año 2019 de la más importante Conferencia Climática Mundial patrocinada por la ONU, la COP 25, con más de 15.000 participantes venidos de todo el mundo. Esta cumbre año tras año se destaca por sus escasos resultados. Se ha transformado en uno de los espectáculos circenses más caros que ocurren anualmente en el planeta con un costo de 100 millones de dólares y al que las multinacionales petroleras, mineras y automotrices están felices de financiar para lavar sus culpas e inculcarnos a la ciudadanía mundial que ellos no son parte del problema sino de la solución.

Dadas las pocas posibilidades de éxito concreto que tiene la COP 25 y que, para ese entonces, el reloj nos dirá que nos quedan tan sólo 11 años para evitar que se produzca el punto de no retorno, resulta un deber básico estudiar, diseñar y poner en práctica un plan B, una alternativa ciudadana a la crisis climática.

Ya no hay excusas. O establecemos la urgencia climática en el futuro próximo o, como dijo el actual secretario de las Naciones Unidas, Antonio Guterres; la humanidad seguirá transitando por una ruta “inmoral” y “suicida” en los próximos años, una ruta que, desde nuestro punto de vista, nos lleva directamente hacia el colapso.

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