Los seres humanos no podemos vivir sin satisfacer nuestras necesidades básicas como son el agua, la energía, la alimentación, el cobijo, la pertenencia y los afectos. Estas necesidades son muy pocas y prácticamente no han variado a lo largo de la historia de las civilizaciones. Lo que sí ha cambiado ha sido la manera de satisfacerlas y esto depende de la civilización en que nos ha tocado vivir. Originalmente la sed se saciaba al beber agua directamente de la naturaleza en algún arroyo, lago o charco; luego el agua se extrajo de pozos construidos junto a las casas y hoy en día se extrae y se transporta desde muy lejos en viaductos y cañerías que llegan a las ciudades bajo la forma de agua potable o agua envasada.
En la sociedad de consumo en la que vivimos, el agua, la energía y los alimentos deben ser adquiridos bajo la forma de mercancías que se consiguen en el mercado y no están dados por el sólo hecho de vivir en un territorio o en una comunidad. Esta modalidad se puede sostener en tiempos de abundancia pero cuando los recursos naturales se hayan agotado y ya no alcancemos a reproducirlos para sostener su abastecimiento regular, se convertirán en bienes muy escasos y entraremos en lo que llamamos la Era de la Escasez.
Debemos implementar nuevas formas de uso y reparto si queremos evitar la extensión de las guerras y las revueltas que ya han comenzado por el dominio de los escasos recursos naturales y servicios ambientales. Agotándose el petróleo (en el escenario actual ya se consume más de lo que se descubre como reserva), la civilización emprende una loca y desenfrenada carrera por sustituirlo a tiempo sin apelar a otros recursos abundantes como el carbón que ya han demostrado todos los males que pueden causarle a la atmósfera. En este contexto, se colocan todas las esperanzas en las energías renovables como la eólica y la energía solar.
Con el sol se puede abastecer –teóricamente- toda la energía que necesita el mundo. Tenemos el caso de nuestro desierto de Atacama que con 109 mil kilómetros cuadrados es considerado el mejor lugar en el planeta para el desarrollo de la energía solar. Con tan sólo 6 mil kilómetros cuadrados de este desierto se podría abastecer el cien por ciento del consumo eléctrico del país y el 30 por ciento del consumo eléctrico de Sudamérica.
Sin embargo, hasta hace tan sólo diez años atrás no existía ninguna planta solar en Chile. La energía solar estaba secuestrada por la industria energética chilena que con su carácter oligopólico no dejaba entrar otro tipo de energía que amenazara su negocio.
Tuvieron que desarrollarse grandes movilizaciones ciudadanas contra mega proyectos eléctricos como el de la termoeléctrica a carbón en Atacama -que iba a ser la mayor planta eléctrica a carbón de Sudamérica- y el mega proyecto de HidroAysén, en Aysén, que, según sus defensores, era indispensable para que el país no quedara en penumbras. La eliminación de estos dos mega proyectos gracias al veto de la ciudadanía liberó cerca de 4.850 megawatts que están siendo reemplazados por emprendimientos que utilizan energías renovables, principalmente energía eólica y solar.
Pero hasta ahora los beneficios de este gran boom renovable con su innegable aporte a la descontaminación se encuentran enfocados únicamente en la industria eléctrica y la industria minera sin llegar aún a la ciudadanía. Existen sólo promesas de abaratamiento de los costos de la electricidad en el mediano y el largo plazo, nunca antes del 2021. Del total de la energía solar instalada en Chile, el 99,4 por ciento tiene carácter industrial y tan sólo el 0,6 es de carácter ciudadano, cifra que incluye el programa estatal de techos solares.
Esta injusta situación podría comenzar a cambiar dentro de poco tiempo. El Gobierno, por medio de su Ministerio de Energía, acogió a trámite legislativo una indicación propuesta desde el Instituto de Ecología Política y que, de ser tratada por el Parlamento, permitiría que las personas (los consumidores finales de electricidad) puedan agruparse para crear instalaciones solares colectivas ya sea en sus tejados o en forma remota en lugares donde se instalen plantas solares más grandes. En estos casos, los consumidores podrán descontar de la cuenta del domicilio la parte de la energía que producen en una planta solar colectiva.
En este punto, debemos recordar que desde hace dos años está funcionando una planta solar ciudadana en la localidad de Buin que fue concebida y financiada íntegramente por ciudadanos organizados. Este ejemplo podría multiplicarse por miles si el Parlamento acoge esta iniciativa.
La transición energética tan necesaria para eliminar las energías fósiles no podrá hacerse sin una ciudadanía activa y comprometida con esta misión. El tema ya no es de carácter netamente tecnológico, es decir, ya no se trata de pasar de un tipo de energía a otro, sino que es un problema de cambio de paradigma. Hoy debemos transitar desde una sociedad que creó una falsa prosperidad energética -basada en el derroche en un par de siglos de lo que la naturaleza creó en millones de años- a otro modelo energético centrado en una forma de energía gratuita que está al alcance de todos habitantes del planeta como es la energía solar.
En este contexto, también debemos ser conscientes de que este tipo de energía renovable no alcanzará para sustituir el volumen de energía que requiere la continuidad de la sociedad de consumo tal cual hoy la conocemos. Tendremos que implementar formas más simples de vivir que eliminen lo superfluo. El desafío será vivir mejor con menos energía ya que la que nos dé el sol alcanzará para satisfacer las necesidades básicas de todos los seres humanos del planeta pero no será suficiente para colmar la ambición de unos pocos y sostener el desmedido consumo.