El lunes 15 de abril quizás sea recordado en la historia de nuestra actual civilización como el día en que ocurrieron dos hechos capaces de marcar nuestro futuro. El primero, el incendio de la Catedral de Notre Dame en Francia y el segundo, el comienzo de la rebelión planetaria (de forma simultánea en 45 países) contra la extinción de la especie humana y demás especies vivas que habitan nuestro planeta.
Esta rebelión pacífica que apela a la desobediencia activa no violenta (inspirada en Gandhi y en Luther King) y que exige a los Estados establecer la “urgencia climática”, mantuvo paralizada la ciudad de Londres por casi una semana. Fue tal la magnitud de la protesta que alrededor de mil personas fueron encarceladas. Además, durante estos días fueron paralizadas estaciones ferroviarias en Alemania, se bloquearon pacíficamente varios parlamentos europeos, las sedes de Shell en Holanda y la de Repsol en España y edificios importantes como la Corte Internacional de Justicia en La Haya, entre otros.
De esta forma, el movimiento Rebelión contra la Extinción hizo su demostración de fuerza y redobló la apuesta al amenazar con la paralización de la sociedad planetaria en unos cuatro o cinco años hasta desplazar del poder a toda la elite política y económica (de izquierda o de derecha) que gobierna el planeta y que no está dispuesta a enfrentar seriamente el cambio climático.
Además, en todos los escenarios donde se realizaron acciones de protestas no violentas, los activistas también solicitaron que sea reconocido el ecocidio como un delito internacional que debería ser juzgado.
Entonces, desde nuestra perspectiva, con la entrada en escena de este nuevo movimiento planetario conformado por activistas ambientales y sociales, científicos e intelectuales, jóvenes y adultos mayores, se termina de configurar la triada ciudadana que enfrentará el cambio climático desde las bases de la sociedad. Esa triada incluye el movimiento de los escolares que inspira Greta Thunberg y el movimiento feminista que apunta contra el sistema patriarcal como el causante de la crisis climática.
De esta forma, el nuevo escenario internacional para enfrentar el cambio climático tiene dos visiones contrapuestas. Por un lado, al establishment que quiere mantener el actual sistema económico y que frente al cambio climático y la menor gobernancia mundial planea llevar adelante acciones “de arriba hacia abajo” aunque eso implique establecer regímenes autoritarios. Y por otro lado, los movimientos que provienen de las bases mismas de la sociedad que, además de estar inmersos en acciones de contención a los desgastes ambientales y sociales, están convencidos de que debe cambiar el actual modelo económico y político para evitar la catástrofe y la extinción.
Los científicos de 197 países convocados por la ONU y reunidos en torno al IPCC, ya dieron su veredicto en octubre de 2018. Los científicos dijeron que tenemos hasta el año 2030 para detener el aumento de la temperatura en 1,5 grados sobre lo normal si no queremos llegar al punto de no retorno en materia climática y convertir al planeta en una “tierra de invernadero”.
Ante semejante amenaza y frente al actual escenario, consideramos que si la elite económica y política mundial no hace las transformaciones necesarias para detener el cambio climático, los ciudadanos tienen todo el derecho de rebelarse para evitar la catástrofe y la extinción.
Como faltan sólo once años para llegar a esa fatídica fecha y aún no se muestra urgencia por el tema, confiamos en que la rebelión contra la extinción que ha comenzado sea capaz de crecer hasta paralizar el planeta y desplazar a la elite. Desde nuestro punto de vista, es el momento de utilizar el freno de emergencia o prepararnos para el choque.
*Foto: Extinction Rebellion.