Terminemos con la moda antes de que ella termine con el Planeta

de dzamorano
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La industria de la moda, de la vestimenta y el calzado utilizado por hombres y mujeres se ha convertido en la segunda causa de contaminación mundial -después de la industria petrolera- y es responsable de cerca del 10 por ciento del total de los gases de efecto invernadero. Esta cifra representa la misma cantidad de emisiones de CO2 que genera en conjunto el transporte terrestre y marítimo. Además, la moda es responsable del 20 por ciento de la contaminación mundial del agua y del vertimiento en los ríos y océanos de medio millón anual de toneladas métricas de microfibras de plástico. El mes pasado la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por medio de su agencia especializada CEPE, declaró a la industria de la moda en “emergencia ambiental” pero, frente a estos datos, nosotros preferimos denominarlo “desastre ambiental”.

Los seres humanos siempre han utilizado la vestimenta para protegerse de las inclemencias del tiempo y la han confeccionado en los domicilios, en los talleres y en las fábricas. Sin embargo, apelando a otras necesidades humanas como la búsqueda de reconocimiento social o para destacar la individualidad, surgió una gran industria que hace que los seres humanos sigan la tendencia y el estilo que ha sido desarrollado por ella misma. De esta forma ocurre que, al igual que otros sectores, se ha vuelto cada vez más rentable la industria del “fast fashion” -que denominaremos “la moda chatarra”- que es la que mejor expresa hasta dónde ha llegado este sector que contabiliza de forma anual cerca de tres trillones de dólares, es decir, tres millones de millones.

La filosofía que guía este negocio -cuyas marcas más conocidas son H&M, Zara, Mango, entre otras- ha sido diseñar modelos de venta en función de distinguir hasta 52 micro temporadas superpuestas durante un año en lugar de las cuatro estaciones típicas que todos conocemos. No es de extrañar entonces que las personas realicen un promedio mundial de 13 compras al año en lugar de ir dos veces a la tienda como solía ocurrir antiguamente. En este contexto, los resultados están a la vista: cada segundo se quema el equivalente a un camión de basura lleno de ropa desechada y, si continúa así, la industria será responsable de la emisión del 26 por ciento del total de CO2 del mundo según un informe de la Fundación Ellen MacArthur.

Pero la Tierra se defiende y el impacto que la industria de la moda produce en el clima con la contaminación que genera, se vuelve contra ella como si fuera un bumerán. A esto podemos presenciarlo en dos fenómenos: la desaparición de las estaciones y el aumento de la temperatura. El modelo de negocio dominante que indica que hay que “vender muchas prendas que duran muy poco” permite obtener rentabilidad en una alta rotación de prendas que se adaptan a los pequeños cambios de temperatura que hay en cada estación. Al desaparecer la predictibilidad del clima y la temperatura, estas micro temporadas tienden a esfumarse mientras nos dirigimos a un planeta que sólo tendrá dos estaciones -verano e invierno- y si no podemos evitar el colapso, terminaremos con una sola estación durante todo el año.

Probablemente estos mismos cambios de temperatura sean ya una de las causas que permite explicar porqué el 40 por ciento de las prendas que se adquieren jamás se utilizan y porqué el 85 por ciento de ellas son quemadas o botadas al basurero mientras sólo se recicla el 1 por ciento del total. En este contexto, no es de extrañar lo que le pasó a H&M a inicios de este años cuando sus valores de bolsa se desplomaron un 40 por ciento producto de la ola de frio que prolongó el invierno y no le permitió introducir en las tiendas las vestimentas de primavera. Es muy probable que esta situación se vuelva cada vez más común en el futuro.

¿Qué podemos hacer frente a esta dramática realidad?

Los partidarios de mantener la sociedad de consumo propondrán que la moda se vuelva cada vez más “verde”, es decir, que se torne más sustentable al aplicar en la industria los principios de las tres R: reciclar las fibras, reutilizar como ropa de segunda mano y reducir. Sin embargo, hasta esta última R llega el crecimiento verde pues jamás la industria querrá “reducir” y vender menos y por lo tanto, difícilmente llegue a existir una moda sustentable.

En este escenario, no quedará otra alternativa que terminar con la moda pues resulta claro que ella sí puede terminar con el Planeta. Para eso, tendremos que volver al sentido original de la vestimenta que era, sencillamente, protegernos del clima, la temperatura y el polvo.

¿Hacia dónde debemos dirigir nuestra mirada? Cada vez menos a los desfile de moda y cada vez más hacia la naturaleza. A nuestro juicio debemos prestar atención a la ropa outdoor que usan los montañistas al recorrer bosques, montañas, ríos, lagos y también desiertos. De ese tipo de vestimenta deberíamos extraer su principal atributo: la configuración en relación a su funcionalidad. Las tres capas serían el límite desde el punto de vista funcional. Bastaría con poseer sólo tres prendas de vestir y que cada una cumpla una función bien definida y que puedan combinarse para crear un micro clima estable. Las formas y materiales pueden ser diversos, lo importante es que la primera capa cumpla la función de alejar el sudor de la piel sin que el cuerpo se enfrié; la segunda capa es para cumplir la función de aislamiento y abrigo y la tercera, la de protección, la que nos cuida de los golpes, del viento, la lluvia y el sol.

Con el uso este tipo de vestimenta que podemos comenzar a elaborar nosotros mismos o en talleres locales dispondremos de un valioso instrumento a nuestro alcance para terminar con el derroche y los perjuicios que la moda provoca en el Planeta. En nuestras manos está cambiar de hábitos a la hora de vestirnos y adoptar un modo de vida más simple que nos permita transitar por una vía que nos vaya alejando de la sociedad de consumo y que nos ayude a adaptarnos a un clima que, lamentablemente, nos acerca a la desaparición de las estaciones.

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