La ciencia lo dice cada vez más fuerte y las Naciones Unidas, a través de su Secretario General, ya han advertido que el planeta está en luz roja. Los recientes informes de los científicos agrupados en el IPCC también lo confirman. Todo se orienta a reconocer, de una vez por todas, que la actividad de los seres humanos desbordó los límites de la naturaleza. Comienza entonces a vislumbrarse que nos dirigimos hacia la extinción.
Esta aseveración, considerada durante mucho tiempo como “alarmista” o apocalíptica, es hoy una preocupación del establishment. Tanto es así que un grupo de 200 dirigentes mundiales solicitó a la ONU que cree una oficina especializada para analizar esta situación (la extinción) y cómo podría evitarse.
Sin embargo, no hay que hacerle mucho caso a lo que se dice… Podría suceder que la crisis climática se haya puesto de moda. En cambio, son los hechos los que hay que observar. Ellos son los que demuestran si las personas, las instituciones y los territorios están realmente preparándose para afrontar la crisis climática.
Nos guste o no para conservarnos como especie deberemos disminuir la actividad humana, principalmente, la económica. La cuestión central radica en conocer si a este proceso de decrecimiento lo haremos los propios seres humanos de forma planificada y regulada o si lo hará la naturaleza de manera caótica. En este punto, la pandemia nos adelantó el escenario al demostrar que la crisis climática puede impactar sobre toda la población.
El consumo es el motor de la sociedad capitalista. Casi la mitad de las mercancías que se consiguen en el mercado sólo cumplen el papel de ubicar a los consumidores en una cierta posición social: un reloj de lujo, determinado modelo de celular, un tipo especial de auto, los zapatos, las carteras y los bolsos de moda…Una enormidad de mercancías son adquiridas no tanto por la función que cumplen sino para que los seres humanos se mantengan o escalen en la estratificación social. A este tipo de consumo lo denominamos “aspiracional” pues en realidad es un tipo de consumo que busca satisfacer una necesidad en la que importa más lo que representa el bien que el uso práctico para el que fue creado.
Lo cierto es que este tipo de consumo resulta totalmente superfluo. Su eliminación puede contribuir a simplificar y reducir la utilización de recursos provenientes de la naturaleza y el uso de energías fósiles, las principales causantes de la crisis ambiental.
Pero, al mismo tiempo, existe otro tipo de consumo: el consumo consciente, es decir, la adquisición de bienes y productos que consideran en su desarrollo su impacto en el medio ambiente y buscan reducirlo. En este tipo de consumo prima lo práctico y la funcionalidad del bien o servicio.
En el consumo consciente no hay lugar para la moda o lo que sería, según Wikipedia, “un conjunto de prendas de vestir, adornos y complementos basados en gustos, usos y costumbres que se utilizan por una mayoría durante un período de tiempo determinado y que marcarán tendencia según la duración del mismo”.
El fin de la moda significa, a la larga, el fin de la sociedad de consumo pues ésta necesita renovar constantemente los productos y servicios para sostenerse. Es por esto que en la actualidad la publicidad está tratando de mostrar el carácter “verde” de los bienes y servicios tradicionales. En la mayoría de los casos son los mismos productos, pero maquillados de dudosas características amigables con el medio ambiente. Un buen ejemplo es el de la “minería sustentable”. ¿Cómo van a ser considerados sustentables los minerales si no pueden renovarse?
La publicidad intenta modificar la percepción que tenemos de los productos y servicios tradicionales para hacerlos compatibles con el cuidado de la naturaleza, una demanda que tienen justamente los nuevos consumidores, los más jóvenes. Esta práctica publicitaria se llama “lavado verde” y está ampliamente difundida.
La crisis climática se encuentra demasiado avanzada como para negar que se acerca el momento de decrecer y respetar los límites que nos impone la naturaleza. Como dice Niko Paech en su libro “Se libérer du superflu”, el decrecimiento no será una renuncia sino un acto de liberación. En otras palabras, el arte y la práctica de la reducción pueden ser un puente entre la vida simple y la subsistencia moderna que nos permita prepararnos para enfrentar el colapso de nuestra civilización.