Los seres humanos hemos perdido prácticamente casi toda nuestra capacidad de gobernancia del planeta. Esto hace que ahora sea muy difícil detener el deterioro ecológico y el calentamiento global que nosotros mismos hemos provocado. Como afirmó hace pocos días el secretario general de la ONU, António Guterres, estamos frente al gran dilema del siglo XXI: cooperamos o nos extinguimos como especie.
El planeta no está frente a su extinción; sobrevivirá más allá de lo que les suceda a los seres humanos. Podríamos decir que se encuentra en la unidad de cuidados intensivos y, si la especie humana desaparece, tendrá aún mayores posibilidades de recuperarse plenamente. Es justamente la especie humana, a la cual pertenecemos como parte del reino animal, la que tiene comprometida su permanencia en la Tierra. Esto se debe principalmente a que nuestra civilización termoindustrial colapsó y nos hemos quedado sin un mínimo nivel de gobernancia que nos permita enfrentar con éxito los grandes desafíos que nos afectan hoy como las pandemias, la crisis alimentaria, la crisis energética y las múltiples guerras que hay en el mundo, una de las cuales amenaza con transformarse en una guerra nuclear. En este contexto, el calentamiento global entró en su fase terminal pues se acabó el petróleo y sus derivados y las guerras obstaculizan la transición a las energías renovables y limpias.
En este momento vivimos dos grandes procesos que están entrelazados y que, paradójicamente, no estamos en condiciones de enfrentar de forma simultánea: la guerra y la crisis climática.
La posibilidad de que ocurra una guerra nuclear es cada vez más probable y es absurdo prepararse pues sólo habrá perdedores. Una guerra de este tipo requiere enormes recursos ya que se convertirá en una carrera armamentista nuclear. Y estos mismos recursos son los que habría que destinar para resolver la crisis climática y ambiental y la inequidad social que existe en el mundo.
Necesitamos comenzar con lo más inmediato y crear las condiciones para que como humanidad podamos resolver pacíficamente nuestros conflictos. Así podremos dedicarnos luego a enfrentar la crisis climática.
El cambio climático existió siempre; desde que surgió la vida en el planeta hace más de 4.200 millones de años. Lo nuevo es que este calentamiento global que estamos viviendo ahora lo provocamos nosotros mismos con el uso acelerado y masivo de las energías fósiles. De esta forma, hemos creado nuestra propia época geológica, el Antropoceno, donde nos transformamos en la principal fuerza motora de los cambios en la naturaleza. Es por este motivo que hablamos de crisis climática y no de cambio climático.
Según la académica Elizabeth Boulton, la crisis climática es una hiperamenaza que requiere una “hiper respuesta”. Por lo avanzado de la crisis, esta gran respuesta de la humanidad debería ser un verdadero salto cuántico, repentino y abrupto, puesto que, con las trayectorias en materia climática ya estudiadas y determinadas por los científicos, los dados están echados y no tendremos otra oportunidad.
En este escenario, deberíamos lograr un alto al fuego en todas las guerras que están ocurriendo ahora en el mundo. Y esta paz tendría que durar por lo menos una década para darle a la ciudadanía mundial la oportunidad de ejecutar este salto cuántico.
Lo cierto es que tenemos menos de cinco años. En la práctica es muy poco tiempo. Es ahora o nunca.