La emergencia climática es un estado a través del cual, en este caso un país, reconoce que el cambio climático se ha transformado en una crisis climática por lo que se justifica tomar medidas de urgencia y de excepción para hacerle frente. Es una iniciativa que corresponde que sea impulsada por el Presidente con el apoyo del Congreso.
Sin embargo, a pesar de que varios municipios, regiones y universidades ya declararon la emergencia climática, todas estas iniciativas hasta el momento han sido aisladas y solamente declarativas. En la práctica ninguna cuenta con presupuesto, planes operativos, preparación del personal, etc. Es por esto mismo que no se ven resultados concretos.
El mundo atraviesa una situación extrema: numerosas olas de calor (40,1°C en Londres), incendios por toda Europa y Estados Unidos, sequías extremas e inundaciones. Todo lo que está ocurriendo ahora en el hemisferio norte nos hace pensar que, una vez llegado el tiempo caluroso a nuestra región, también tendrá lugar aquí. En pleno invierno Paraguay registró en el mes de julio 39,1°C de temperatura, cifra que jamás había sido alcanzada en esta época. También existe un clima caliente en la zona norte de Argentina que se ha transformado en una gran sequía y, a excepción de Chile que está siendo afectado por una ola de frío, en general América Latina está más calurosa que lo normal.
No hay que hacerle mucho caso a aquellos que aplican su sentido común y no su buen sentido en materia climática. Tenemos que comenzar a formular políticas públicas que fomenten la adaptación climática, que preparen a nuestras ciudades para afrontar olas de calor y frío intenso, inundaciones repentinas y sequías regionales. Hoy podemos afirmar que el tema climático dejó de ser un tema técnico y se convirtió en un tema político de primer orden.
Sin embargo, en relación al clima, hay distintas visiones e interpretaciones que predominan en el mundo político.
En primer lugar, encontramos los políticos que quieren mantener el orden actual y que en su gran mayoría no saben (o no quieren saber) que existen límites al crecimiento. Para la gran mayoría de ellos es una maldita casualidad que se hayan juntado una pandemia, una crisis energética, una guerra y otros muchos desastres. Utilizan el concepto “eventos extremos de la naturaleza” y piensan que hay que ir enfrentando cada uno de estos eventos de forma aislada. Para ellos todavía no es el momento de afrontar el cambio climático pues hay otros temas más urgentes en el país y en el mundo.
Por otra parte, están los políticos que configuran la élite en el poder (ya sea en el oficialismo o en la oposición) y que son antropocentristas. Para ellos la naturaleza debe estar subordinada a las necesidades del ser humano. Se refieren al cambio climático e impulsan reformas que permitan cambiar sobre la marcha el motor de la actual civilización, pero sin pasar por el garaje. Desde esta perspectiva, el motor civilizatorio que ahora funciona con energías fósiles debería ser cambiado por otro que funcione con energías renovables. Es por esta razón que hablan de cambio climático como si se tratara de un fenómeno natural que ha pasado muchas veces a lo largo de la historia del planeta y que en esta ocasión ha sido precipitado por el ser humano por su conducta consumista y el uso extendido de las energías fósiles. Para enfrentar el cambio climático, proponen un cambio en la conciencia humana (a través de la educación ambiental) que nos permita corregir nuestro comportamiento.
El drama político que están viviendo los verdes alemanes demuestra los límites de esta visión. Como parte de un gobierno de coalición, a los verdes les ha tocado dirigir la economía y las relaciones exteriores de la principal potencia económica de Europa y desde allí han impulsado la transición energética a las renovables. Todo estaba dentro de lo normal hasta que a la “petrodictadura” de Putin se le ocurrió invadir Ucrania. Con ello se inició un nuevo proceso de reparto del poder mundial basado en la gestión y el control de lo que queda en el planeta de las energías fósiles. En este contexto, Rusia depende económicamente de sus exportaciones de energías fósiles y la transición a las energías renovables la afectaría gravemente.
Por la voz de las armas, hoy los verdes alemanes (caracterizados históricamente por ser una fuerza política antinuclear que también se opone al uso del carbón) tienen que aceptar e impulsar el regreso del carbón y de la energía nuclear para ser considerados por la élite como dirigentes responsables con su país. Sin embargo, podrán pagar un costo político demasiado alto con respecto a sus bases y a las nuevas generaciones.
Lo que los verdes no calcularon es que Putin no estaba solo con su dictadura del petróleo. Cuenta con el apoyo de los países y de las corporaciones petroleras, de la Corte Suprema de Estados Unidos, de Donald Trump y de China. También de la ultraderecha mundial interesada en retardar la transición energética a las renovables. Lo peor es que lo están logrando con un llamado a privilegiar la seguridad energética tal como sucede en Europa y el resto del mundo. ¿Cuándo terminará la guerra? Nadie lo sabe. ¿A la petrodictadura de Putin le interesa terminar pronto la guerra o mantener un clima de incertidumbre en la economía mundial para hacer subir el precio de sus abundantes reservas de energías fósiles?
Los verdes alemanes quedaron dentro de un zapato chino. Tiene razón el ex director general de Greenpeace, Kumi Naidoo, al decir: “El error que cometió mi generación de activistas fue confundir el acceso al poder con la capacidad de influencia sobre el mismo”.
Por último, en tercer lugar, está aquel sector de la sociedad que piensa que por lo avanzado de la crisis climática es inviable impulsar políticas climáticas conservadoras y reformistas basadas en un crecimiento amigable con el medio ambiente. Desde esta perspectiva, hay que prepararse para una adaptación acelerada para sobrevivir como especie.
Si le hacemos caso a la ciencia, Chile debería declarar ya la emergencia climática para que las medidas de excepción que se tomen sean en democracia, fruto de un amplio consenso entre la ciudadanía y la élite que nos gobierna. Esta declaración nos debería preparar como país para afrontar eventos que requieren una adaptación profunda. Lo importante es que aún estamos a tiempo de impulsar y formar amplios acuerdos democráticos.