Esta semana Chile entró en la etapa cuatro de una pandemia. Esto significa que el coronavirus está circulando por el territorio chileno sin que las autoridades de salud lo puedan rastrear, algo que se consideraba posible en la fase dos. En tan sólo cuatro días pasamos de la fase uno a la cuatro a pesar de que el Covid-19 se conoció en China a mediados de diciembre del año pasado.
Nuestro pensamiento –que es la guía en nuestras conductas- sigue los sucesos de la realidad en lo que llamamos una “imaginación aritmética”, es decir, que a un caso de contagio por coronavirus le corresponde un aumento constante de otros casos de contagio. En realidad, tanto en el ritmo de contagio de coronavirus como en el aumento de la temperatura promedio del planeta por el cambio climático, la progresión que domina es geométrica y no aritmética. Esto señala que el aumento se multiplica y es por eso mucho más rápido.
Entonces, mientras la pandemia del coronavirus crece en progresión geométrica, nuestras autoridades y una parte importante de la ciudadanía la siguen viviendo como si se tratase de una sucesión aritmética. En Chile no hemos salido de esta “imaginación aritmética” a pesar de que el mundo y la realidad ya demostraron que marchan a un ritmo mucho más acelerado.
Esto tiene su correlato en la política reactiva (en vez de “proactiva”) que impulsan nuestras autoridades de salud y el Gobierno en general. El gradualismo pretende salvaguardar a la economía mientras que lo que se necesita es una política de shock que salve el máximo de vidas humanas. Como dijo la canciller alemana Angela Merkel, “Haremos lo que sea preciso para superar bien esta situación y al final veremos lo que ha significado para nuestro presupuesto. Lo primero tiene preferencia”.
Sin embargo, las políticas proactivas se pueden implementar con éxito gracias a la presión ciudadana. Esto fue lo que demostró la reacción de alcaldes, académicos y profesores que lograron revertir en menos de 24 horas la política de continuar con las clases sostenida por el Ministerio de Educación.
Es en este punto de la crisis en donde la ciudadanía debe jugar un rol fundamental para crear un contrapeso sólido que modifique la lógica de las medidas gradualistas y poder así alcanzar el “gran giro” necesario para derrotar la epidemia.
Esto puede lograrse de dos formas, paralelas y simultáneas:
- En la democracia representativa y considerando que ya no se puede recurrir a la desprestigiada clase política, debemos empoderar a representantes de la ciudadanía que actúan como verdaderos contrapesos a las políticas gradualistas. Bien podría ser el caso de la Presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, ya que este organismo colegiado ha elaborado una propuesta que es sensata y muy completa para enfrentar la crisis viral.
- En el dominio de la democracia participativa no hay otra forma de actuar que sea más eficaz que practicar de forma rigurosa la cuarentena obligatoria impuesta por las autoridades de salud o la auto-cuarentena entre quienes puedan llevarla a cabo.
El distanciamiento social es la mejor forma de disminuir el contagio y recordemos que algunos especialistas sostienen que esta situación crítica puede durar como mínimo unos cuatro meses más hasta que podamos sostener que la expansión del virus está controlada.
Mientras dura la cuarentena tendremos tiempo para reflexionar sobre las lecciones que el coronavirus le puede impartir a la especie humana. Como señala en un acertado artículo el activista español Luis González Reyes, “No nos engañemos, este tipo de frenazos en seco son los únicos que, a día de hoy, pueden evitar un cambio climático desbocado, que sería una catástrofe para el conjunto de la vida inimaginable”.